BRRR
Martin miraba la tarde a través de los vidrios del café de la esquina. El pocillo humeando entre sus manos, al que no le prestaba atención. Divagaba. Como tantas veces en los últimos años, sentado allí, casi inmóvil, sin nada que esperar, sin nada que recordar.
Ningún desengaño. Ningún dolor, Ninguna pérdida. Ningún amor. Nada. Con treinta y pico de años, su existencia era una recta en que los días eran igual a los días, las noches igual a las noches, sin cambios, sin matices.
Y allí estaba en ese café, como tantas veces, igual que ayer, igual que siempre. Porque las cosas eran así? Alguna vez lo pensó. Conclusiones psicológicas, esotéricas. Para que. La realidad era una sola, independiente de sus causas. Una línea igual, infinita, sin matices.
Afuera era otoño. Un cielo gris, que por momentos clareaba. Viento que movía cabelleras, hojas, polleras. - Igual que tantas veces - pensó.
No se dio cuenta que una figura nueva había entrado a aquel café de barrio. Solo tomó razón cuando la tuvo a poco mas de un metro. Una mujer muy bien puesta, sencillamente vestida, pero con un toque de distinción, se dirigía hacia él.
Su descripción podría encajar en cualquiera de las tantas descripciones de heroínas de novelas existentes. Era el sueño de cualquier hombre cuando piensa en el hada madrina que al final nunca llega. No era posible describirla. Pero unos detalles llamaron la atención de Martin: la renegrida cabellera, casi azabache: un rostro con piel muy palida y un par de anteojos oscuros, muy oscuros y muy grandes que usaba a pesar de la poca luz del local.
-Puedo sentarme?
Martin pensó para si. "Que raro una profesional en este lugar. Ahora me pregunta si quiero salir y después si le voy a hacer un regalito; mientras con la registradora mental sumaba las monedas y papeles que tenía"
- Y, si, -contestó- mientras la recorría con la mirada. "ahora viene lo del regalito"
Ella le adivinó y trascartón:
- No te vayas a equivocar: la mía también es una vida como una recta infinita. - y agregó - Porque no compartirlas, aunque sean paralelas. En algún punto las paralelas se tocan -
Y al conjuro de esas palabras, a Martin la recta se hizo una sinusoide. Y algo cambió para él. Y sin darse cuenta casi se halló charlando con Murc -así se llamaba- de los temas mas variados y contrapuestos: la moda, astronomía, deportes, sentimientos.
Y Martin sentía que esa voz grave y pegajosa le iba entrando "como plomo derretido hasta los huesos".
En tanto, el nublado de la calle fue desapareciendo, y en su lugar un sol tibiecito acarició la acera.
Casi al mismo tiempo, Martin una sensación que el local se iba haciendo chico y el aire mas denso, más difícil.
-Salgamos a respirar- invitó mientras llamaba al mozo y pagaba.
-Vayamos a caminar un poco-
-Mejor demos una vuelta con mi máquina- dijo Murc- Está aquí a la vuelta.
La "máquina" era una motocicleta enorme y poderosa, una "1000 y monedas" capaz de beberse el viento y la distancia.
Años ha, Martin había tenido el gusto por la motocicleta y había sido dueño de una de ellas. Aunque no como ésta. Después de contemplar el monstruo un largo rato, mirando sus detalles, mas que pedir, exigió:
-Manejo yo-
-De acuerdo. Hoy es nuestro día-
Subieron a la moto. El adelante, respirando hondo. Ella atrás, pegada a su cuerpo, rodeando con sus brazos el cuerpo de él.
-Y adonde vamos?- preguntó Martin
-Vamos afuera, al camino, adonde encontremos el punto que las paralelas se toquen-
Eligió la panamericana. Iba despacio, tratando de dominar el manejo del vehículo,para él desconocido.
80..
El transito estaba bastante liviano y ello le permitía ir esquivando fácilmente vehículo a vehículo.
80, 90..
Murc mientras tanto se iba apretando cada vez más al cuerpo de Martin, como queriendo absorber el calor de su cuerpo.
-Y si vamos a Entre Ríos?,- preguntó Martin, que entre el roce del aire por el desplazarse de la moto, por un lado, y el sentir tan cerca a Murc por el otro, estaba perdiendo la noción de la distancia, y la del tiempo.
-Por que no? Ha mucho tiempo que no paso por esto.-
100,110...
Así llegaron al peaje.
Una vez cruzado, el espectáculo a los costados era impresionante. Una tupida sábana verde que no era tal, sino que era el método usado por la naturaleza para cubrir la inmensa masa de agua resabio de la última inundación
Cruzaron el primer puente. Al bajar, una recta a la que no se le veía fin, a su frente. Casi una infinita recta. Allá a lo lejos, un bulto negro, que -imaginó Martin- debería ser un camión.
120, 130...
En unos minutos el camión era una sombra. Ahora el objetivo era un coche moderno.
140, 150...
Lo pasaron como si estuviera parado. Murc le seguía acariciando el cuerpo, pero ahora también le besaba la nuca, las orejas.
160, 170...
Murc acerca su boca a la de Martin. No había prudencia capaz de luchar contra esos labios. Martin dio vuelta la cabeza para alcanzarlos, y en ese momento sucedió.
Una explosión en la goma delantera seguida de un tirón en el manubrio. Un reventón. Y luego otros tirones. Por el brusco movimiento, caen los anteojos de Murc. Y es el espanto. Los ojos de Murc no existen. Son solamente dos cuencas vacías.
Y mientras Martin trata de estabilizar la moto sobre el camino, sabiendo de antemano que no lo va a lograr, y aguarda la voltereta y el golpe final, se da cuenta que ha transitado su última recta, que ha hecho su último viaje, llevando en ancas a la MUERTE.
TELON CON GUADAÑA
